jueves, 2 de abril de 2009

Nuestros jóvenes


Después de haber estudiado literatura durante cuatro años y de haber analizado rigurosamente la figura del héroe en obras universales, ayer, por primera vez en mi vida, conocí a uno de carne y hueso. Cuatro hombres que estuvieron en la guerra de Malvinas se acercaron a la escuela para contarnos cómo fueron esos días en aquella tierra lejana al sur de nuestro país.

Al comienzo, nadie se animaba a realizar la primer pregunta, pero luego fuimos creando un espacio íntimo que nos trasladó en el tiempo al año 1982.

Cuando finalizó la charla, supe que por más que les contara a mis alumnos durante toda mi vida qué sucedió en las islas, jamás podría enseñarles lo que esa tarde habían aprendido.
Nos contaron que no es un orgullo participar en una guerra, que las personas no se convierten en patriotas por tener un arma en las manos, que en una guerra nunca nadie gana, siempre todos pierden; que lo único que les salva la vida es contar a los demás lo que allí vivieron; nos dijeron que hay tres clases de combatientes: los que murieron en Malvinas, los que volvieron pero no pudieron seguir con sus vidas y se suicidaron y los que armaron con pequeños pedazos una nueva historia; nos contaron que los actos más heroicos son desconocidos por la mayoría, nos recordaron que una Plaza de Mayo entera aplaudió la decisión de Galtieri y que Alfonsín "desmalvinizó" lo sucedido. Nos dijeron que las guerras cuando se "pierden" no tienen padre, que esperaban ser recibidos como los jugadores de fútbol cuando regresan del mundial, que regresaron a las tres de la madrugada en la oscuridad de la noche, que los mantuvieron "escondidos" durante tres días para que comieran y se higienizaran, que cuando les aconsejaron no hablar de lo sucedido nadie tenía pensado nombrar nunca más las Malvinas. Nos contaron que muchos regresaron a las islas, que las guerras destruyen las vidas de las personas para siempre, que sienten rencor hacia muchos de sus superiores y que un ejército es necesario en un país para cuestiones civiles y no sólo militares.

Al finalizar el acto, todos nos pudimos de pie y aplaudimos no sólo a los hombres de cincuenta años, sino a los todos aquellos chicos de dieciocho que perdieron sus vidas en las Islas Malvinas. En nombre de ellos, recordemos lo sucedido, tengamos memoria, porque las peores tragedias de nuestro país fueron abaladas por plazas colmadas de personas que en nombre de la Patria derramaron la sangre más inocente de todo un pueblo, sus jóvenes y sus sueños.