miércoles, 3 de noviembre de 2010

El día que se fue


¿Y vos cómo te enteraste? Me levanté tranquilo, me hice el mate, era un día de censo… dice el Barba. A partir de ese momento cada uno de nosotros fue contando al resto cómo se había enterado de la triste noticia. No podía creerlo, pasaba de un canal a otro con la esperanza de que no fuera cierto. Todos hacemos silencio… uno de esos silencios extraños, llenos de incredulidad.
¿Te acordás cuando me dijiste bienvenida a la plaza, compañera? La Flaca recuerda el día en que comenzó a quererlo.
Mirábamos la televisión en triste ceremonia. Escuchábamos a políticos y artistas hablar sobre Él y otra vez el nudo en la garganta, el grito ahogado, la lágrima que asoma.
Aparece De la Sota en la pantalla. ¡No! ¡Con pelo! Ahora vamos a escuchar a cada uno dar bandera, dice Leo con esa furia que despierta tanta hipocresía, tanta falta de respeto hacia el dolor ajeno, tanta palabra impune. Llega otro silencio…hondo… largo… y de repente irrumpe la voz de la Flaca, estalla de bronca con un por qué no se mueren esos hijos de re mil puta! No se mueren porque no tienen corazón, pienso, pero no lo digo, lo pienso una y otra vez. No tienen corazón…
A mí me encantó esa escena cuando asume y se tira encima de la gente. Tenía esas pendejadas… Eso Perón no lo haría, dijo no sé bien quien y reímos recordando algunas anécdotas. La cocina se transformó en una sala íntima de despedida agradecida, con comentarios dignos de un amigo que se va y resucita en la memoria de quienes lo quisieron con pequeños recuerdos. Nadie dice nada. Leo arregla en mate cabeceando, repitiéndose por qué una y otra vez hacia adentro.
¡Mira! Dice el Barba, sigue vivo Fidel, Maradona, Balestrini, Mike Jagger!!!!! ¿Por qué se tiene que morir él? ¡Qué injusto! Aparece Serrat en la tele y el Barba sigue eufórico, éste también estuvo tocando el arpa y mirá! A los cuatro nos invade la terrible sensación de ver a todos mejor de lo que estaban, más joviales, más vitales, y nace en las entrañas un resentimiento hacia aquellos que pudieron zafar de las garras de la muerte como si el único que mereciera seguir viviendo fuera él. Y sí, así lo vivimos; una muerte inmerecida.
Nace la pregunta ¿Evo no habló?
Aparece Pepe Mujica en la televisión y el Barba salta de su asiento indignado. Éste al final era un pelotudo, pero como tiene esas frases campechanas a la gente le gusta. Pepe se acerca a Ella y le dice cómo se nos escapa la vida y todos renovamos la certeza de que es un pelotudo. Leo comienza a recitar los lugares comunes de un velatorio, del polvo venimos y al polvo vamos, no somos nada. Nos reímos y de repente vuelve el mazazo en la cabeza, el golpe mortal, el látigo sobre la carne expuesta. Sé murió, se murió…
Hablamos del mate caliente y de la censista que no viene. En cuanto llegue iremos a la Plaza en acto de presencia. Habla Correa.
Suena el timbre. ¡El censista! No, es Chechu que viene de censar. Leo preparó unas tostadas con dulce y siguió la ronda del mate caliente. Chechu también contó cómo se enteró de la noticia y se sumó al duelo; somos cinco, pero imagino muchos otros lamentándose ante la fría pantalla.
Se anuncia que el hombre de gorro violeta ofrecerá una misa en la Catedral, en ese lugar donde San Martín no pudo descansar en paz. ¿Quién va a ir? Pregunta la Flaca. Nadie, responde el Barba con seguridad. Seguro que después Trompeta publica “No fue nadie a la misa de ….” No quiero nombrarlo, todavía no puedo.
Otro momento de silencio; respiraciones profundas.
El Barba recuerda la pregunta de uno de sus díscolos ¿Mañana hay clase, profe? Se muerde el labio inferior sin entender que al díscolo le importa un carajo.
La flaca anuncia que Internet está colapsado.
Che, ¿Evo no habló?
Comí un pedacito de torta de coco y dulce de leche y una señora me bajó una taza de café con leche y tres galletitas, dice Chechu. Cuenta que le fue bárbaro en el censo.
Se murió en su mejor momento, las encuestas le daban arriba, nosotros quedamos consternados pero él se fue en lo mejor dice el Barba en un intento por abrazar un consuelo aunque más no sea por un instante. ¡Claro! Asiente Chechu con un optimismo que conmueve.
Silencio…
Leo sorprende con un ¿quieren un pedazo de palta? Nadie acepta. Yo ni recuerdo qué sabor tiene eso, ni me importa. Me quedo pensando en la palta para descansar mi mente, mi corazón, mi corazón que sí late.
Anuncia el zócalo: SEGUIRÉ LUCHANDO POR TODOS. Decretan tres días de duelo.
La censista no viene. ¡Qué pesadilla! dice la Flaca furiosa y anuncia un ultimatum, si 19:15 hs. no aparece nos vamos. Todos asentimos. En cuanto venga salimos para la Plaza.
Habla Perez Esquivel.
¡No se muere Bussi y se muere Él! ¡Qué injusto! La verdad es que la vida es injusta.
Leo habla por teléfono mientras nosotros hacemos silencio. Camina en la terraza mirando el cielo, mirando sus plantas y dice seguro ya esta Scioli diciendo ahora me toca a mí.
Silencio…Es como si te derribaran un castillo de arena y ahora te dicen que hay que volver a empezar. ¡Qué destino tan caprichoso! Días después nos enteraríamos que justamente era esa la palabra que Ella musitaba acariciando el cajón: caprichoso, caprichoso…
Anuncian que Chávez llegará a nuestro país a las 19:30 hs. Prepará todo, cuando llega el censista rajamos.
Vuelve la sensación de desamparo, de extraña orfandad.
Chechu pregunta quién va a hablar en la Plaza. Y nadie, quien va a hablar dice Leo. Se murió, no lo vamos a escuchar más. Nos mira fijo a los ojos como intentando aniquilar la última esperanza de que todo sea un mal sueño. Habla Micheti y hace aflorar los peores demonios que nos habitan. ¡Andate a bailar con la silla de ruedas! dice el Barba.
El canal Encuentro presenta un resumen de su vida y lo vemos joven, con anteojos de marco grueso, el pelo largo. ¡Era feo el hijo de puta! pensamos todos, pero nadie lo dice porque lo queríamos así, imperfecto, narigón, tuerto, impresentable delante de Ella, la elegancia flamante del protocolo.
La censista no viene, nos preparamos para salir. Leo agarra unas margaritas preciosas y todos escribimos nuestros nombres en una tarjetita que contiene un poema de Martí.
Se me hace un nudo en la garganta, me resisto a creer que le llevamos flores a Él. Bajamos y vemos a la censista que viene acompañada por otro inepto como ella. Y mientras Leo mueve su mano para que la luz de la casa vecina se prenda automáticamente e ilumine la bendita planilla que tiene que llenar, comienzo a impacientarme, a caminar en círculos en la vereda porque ya quiero esta allí, pisando la Plaza para agradecer una vez en mi vida, porque de repente caí en la cuenta de que es la primera vez que no voy a putear, voy a dar gracias.
Terminaron las preguntas de los censistas.
Dos cuadras, tomamos el subte y nos mezclamos en un dolor colectivo, en una misma sensación de impotencia, de desgarro. Caminamos lento buscando un lugar para las margaritas, para sus margaritas y las colgamos al lado de otras tantas flores de colores.
Después, cada uno volvió a su casa con la angustia aún a flor de piel, a una casa que parecía más grande y vacía, musitando su nombre como una plegaria en tierna oración de despedida.