miércoles, 17 de agosto de 2011

El odio negro


Si hay algo que me entristece, es cuando escucho a chicos de 14 o 15 años repetir los discursos xenófogos y antisolidarios de muchos adultos, cuando veo en ellos la imposibilidad de colocarse en el lugar del otro, la idignación visceral que les despierta el hecho de que otros que no tienen empleo cobren $220 por hijo. "Tienen hijos a propósito para cobrar la asignación", dicen con seguridad como si hubieran podido comprobar este hecho. "No trabajan porque no quieren". "Piden que les den y nada más, son negros, negros de cabeza." Hacen la aclaración sobre el color pensando que eso los salva de ser discriminatorios, cuando en realidad, sus propias palabras los delatan y los ubican en ese grupo de personas que es incapaz de ver al otro. Todos dan el ejemplo del tipo que cayó en la droga, sale a robar, mata y se refugia en la villa. Nadie piensa en aquellos que son marcados sólo por ser pobres, nadie piensa en el tipo que por distintas circunstancias hoy vive en un barrio carenciado y nadie le da trabajo justamente por vivir allí, nadie piensa en la profunda humillación del tipo que revuelve la basura por primera vez, ni en aquellos que son tratados como tal por no vivir sobre una calle asfaltada y con servicios. Nadie piensa en el niño que limpia vidrios, que duerme en la plazas o debajo de los puentes. Sólo ven a estas personas como una amenaza, como potenciales delincuantes, sólo ven que les pueden robar algo que ellos dignamente consiguieron. Nunca se enojan con el empresario que evade impuestos, ni con el patrón que no da empleo formal a sus empleados, ni mencionan los crímenes oscuros que se dan en los country cuando los asesinos están en la misma familia. Ni se los menciona. "Es distinto" dicen, pero no pueden explicar la diferencia, porque hacerlo, sería reconocer que sólo temen al pobre, al que está por debajo de su clase social.
El Estado debe garantizar que todos tengamos las mismas posibilidades; no es tan difícil de entender, sólo hay que ser capaz de conmovoerse un poco, un poquito, con el dolor del otro; desarrollar nuestra sensibilidad social y defender a aquellos que están en una situación vulnerable, una situación que no eligieron y que nadie, nadie, elegiría para su propia vida.