miércoles, 26 de septiembre de 2012

El universo Puig


Cae la noche tropical
Manuel Puig                                     
                                                                                                          Por Emilce Acuña


            Para los que ya han leído Cien años de soledad de Gabriel García Máquez, todo texto que llegue a sus manos del mismo autor, les  traerá la fragancia de Macondo pero ya no será posible recuperar el perfume.  Este hecho es análogo a lo que sucede con Manuel Puig y su obra El beso de la mujer araña.   Es probable que ningún otro texto llegue a conmovernos tanto como esa relación íntima y confidencial que se da entre los personajes Molina y Valentín.  Sin embargo, también se disfrutan plenamente los aordes de una melodía; estas otras obras literarias que de alguna manera conforman la obra cumbre escondiéndose en su interior, justo en medio del lenguaje.

Cae la noche tropical (1988) es una novela que cuenta la historia de dos hermanas ancianas, cuya vejez las sorprende viviendo la vida de otras personas al no hallar la forma de seguir viviendo la propia. En medio de esos diálogos minimalistas, revelan sus prejuicios, su clase social y sus creencias religiosas unidas a la moral y a las buenas costumbres. La muerte ronda esas conversaciones sin detenerse en ella demasiado. “Es esa melancolía de la tarde que va oscureciendo, Nidia. Lo mejor es ponerse a hacer algo, y estar muy ocupada a esa hora.  Ya después a la noche es otra cosa, se va esa sensación.” Le dice Luci a su hermana.
 Los diálogos intentan escapar de los temas que verdaderamente  angustian existencialmente a los personajes de la novela: la muerte de Emilsen, hija de Luci,  y aquella otra muerte que se aproxima, lenta e inquebrantable. La inmensa soledad que crece en medio de sus amigos ausentes y de familiares que ya no las visitan, agudizan un doloroso sentimiento de orfandad y de lejanía del mundo. Necesitan imperiosamente del relato de los otros para seguir viviendo y a esa tarea dedican sus vidas. 
            A medida que avanza la narración, van ingresando nuevas voces en el melodrama construido por Puig así como también  nuevos modos de contar a partir del relato epistolar, informes policiales, noticias periodísticas y declaraciones judiciales. 
Es ésta la última novela que Puig nos dejó, sin embargo es un buen comienzo para aquellos que deseen iniciar un viaje hacia su universo poético.



26/09/12

sábado, 2 de junio de 2012

El tapón

Lo que voy a contarles a continuación, me sucedió en estos días; en realidad me está sucediendo.  Hace aproximadamente una semana, comencé con cierto malestar en mi oído izquierdo.  Era una sensación extraña; el oído se me tapaba y se me volvía a destapar sin que yo hiciera nada.  Dejé pasar algunos días y ahora sé que esa actitud escondió un gravísimo error, ya que hoy se cumplen dos semanas de ese primer malestar y así estoy, escuchando a medias todo lo que sucede a mi alrededor. 
Mi segundo error fue intentar buscar una solución por mí misma en lugar de consultar con quienes realmente saben algo de este asunto.  La cuestión es que atribuí lo sucedido a un tapón de cera y compré las famosas gotitas que ablandan toda la cochinada que tenemos dentro del oído y después, con un chorro fuerte de agua tibia sale al exterior.  Leí atentamente el prospecto prestando suma atención a una frase que decía que abusar del producto podía causar la perforación del tímpano lo cual no me causó gracia alguna. Como iba diciendo, apliqué rigurosamente, cuatro gotitas tres veces al día.  La cosa es que la sensación que tenía era que en vez de aliviarme, cada gota reducía aún más mi capacidad de escucha; lo noté cuando mis alumnos me hacían preguntas y yo, intentando disimular mi problema, les decía que sí a todo y entonces salían del aula, iban y venían, comían chicle haciendo globos,  y después, cuando les llamaba la atención, me increpaban diciéndome que me habían pedido permiso y yo los había autorizado, lo cual seguramente era cierto. 
Con los adultos sucedió otra cosa.  Cuando me dirigían la palabra y me miraban esperando una respuesta o algún comentario de mi parte, no me quedaba otra que contar brevemente lo sucedido y entonces,  no sé si de inocentes o de mala gente nomás, me contaban anécdotas asquerosas de situaciones parecidas vividas con familiares:  que el algodón del hisopo se les había infectado dentro del conducto auditivo, que el otorrinolaringólogo les había sacado una bola de pelos, etc. etc.  Como podrán imaginarse, me quedé mucho más tranquila después de aquellos relatos nauseabundos.
Pasados los días que decía el prospecto, me dirigí a la farmacia a comprar una perita de goma para realizar la segunda parte del tratamiento.  Me molestaba caminar porque sentía retumbar mis pasos en la cabeza. Tuve que sacar número porque había bastante gente.  Esperé que me atendieran y le pedí el producto al farmacéutico, quien, cuando se estaba yendo a buscar el pedido, dijo alzando la voz: - ¿Para enema?
No sé si en realidad aumentó el silencio en el lugar, lo que sí sé, es que escuché retumbar su pregunta inoportuna en toda la farmacia, como si se hubiera generado espontáneamente una acústica especial para que el señor formulara su pregunta.  Después de todo, qué le importa el uso que voy a darle, pensé.  Todos esperaban mi respuesta, digo “todos”  porque las personas que también aguardaban su turno, seguramente ya estaban buscando en su registro de historias familiares algunas oportunas para la ocasión.  Fue un instante de esos que duran más que un instante.
-   No sé – dije-  yo me lo voy a poner en la oreja-.  Lo aclaré bien clarito para que nadie tuviera dudas.  
El farmacéutico dio media vuelta desapareció detrás del mostrador para luego regresar con el producto multiuso. 
Ahora había que hervir agua, dejarla enfriar,  luego cargar la perita y vaciarla con fuerza dentro del oído.
No hay nada menos erótico ni estimulante que pedirle al marido de una que realice esta operación. Después no digan que no les avisé. 
Él dijo que no le impresionaba ni le daba asco y no contando con otra persona que se ofreciera a tan noble empresa, dejé que lo intentara.  Nada.  Me vació medio litro de agua dentro de la oreja y nada.  El agua volvió a salir limpita.  
 Supongo que podré contarles la segunda parte de esta historia el lunes, cuando por fin vea al otorrinonaringólogo.   Nunca pensé que se podía amar a alguien sin conocerlo, pero les aseguro que amo a ese hombre que me regresará al mundo de los oyentes.

Emilce