Edipo Rey es una de las mayores tragedias de la literatura. Sófocles aborda el tema de la identidad para desarrollar alrededor de él una historia que tendrá necesariamente un final catastrófico. Edipo, al no conocer su verdadera identidad, pretende alejarse de los presagios que le fueron comunicados en la ciudad de Delfos, sin saber que en realidad, cuanto más cree alejarse de su destino fatal, más se acerca a él. Cuando toda su vida parece perder sentido al sospechar que puede no ser quien cree que es, asume valientemente el riesgo de esa ignorancia y sostiene públicamente que prefiere conocer su origen aunque éste sea miserable a vivir sin saber quién es verdaderamente. Conocer la verdad lo llevará a arrancarse los ojos y a deambular por las sombras eternamente en tierras extrañas.
He aquí la gran pregunta que Sófocles viene repitiendo generación tras generación cuando nos encontramos con la lectura de Edipo Rey. ¿Qué harías tú? Si tuvieras el poder absoluto y plena felicidad, pero desconocieras quién eres... ¿Lo arriesgarías todo a cambio de la verdad? ¿Preferirías vivir en una mentira toda la vida para evitar el sufrimiento u optarías por el camino de la verdad aunque éste sea más doloroso?
En nuestro país la identidad también tiene una historia trágica, una historia de personas que fueron arrancadas de la vida como piezas de un rompecabezas que hoy intentamos volver a reconstruir; y como en un gran rompecabezas, para saber dónde se ubica cada una de la piezas es necesario conocer dónde están las demás, porque todos y cada uno de nosotros construimos nuestra identidad en base a la identidad de los demás.
La historia de Edipo se funda en un crimen, al igual que esas tantas historias desaparecidas del mapa, hundidas en el horror. Según los dioses griegos, nadie puede escapar de su destino, no importa qué hagamos o dónde intentemos escondernos, el destino inquebrantable nos perseguirá en los oscuros rincones donde intentemos ocultarnos, atravesará océanos y mares hasta encontrarnos y cuando nos halle, será drásticamente implacable. Por eso, tal vez sea mejor enfrentar nuestro destino a tiempo, ser auténticos, reconocer nuestras miserias, mirar de frente nuestra historia con sus luces y sombras, antes de que el destino nos sorprenda en un grito ahogado y no podamos hacer otra cosa que arrancarnos los ojos para evitar la vergüenza que nos causaría la mirada de los demás sobre nuestra propia historia.
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