jueves, 22 de julio de 2021

 

Los veranos de mi vida


Los que no volverán. Esos fueron los mejores veranos de mi vida. Los domingos nos metíamos en el auto y nos íbamos a un parque que tenía pileta cancha de tenis y un lago lleno de peces de colores y como papá siempre fue alto alto y el auto de entonces era chiquito chiquito con el paso de los días se dibujó en el techo una mancha circular justo sobre su cabeza y papá para hacerse el gracioso decía que era la aureola de un santo juntaba las manos como si fuera a rezar y pestañeaba rapidito mirando hacia arriba con cara de bueno y entonces saltaba mamá como si el chiste la indignara eso es mugre Rubén decía qué santo ni ocho cuartos y a nosotras tres nos dolía la panza de tanta risa.

Cuando el auto de papá agarraba velocidad bajábamos la ventanilla y el verano nos estallaba en la cara. Pola siempre iba en el medio porque además de ser la más chica de las tres se le podía volar la peluca y eso es lo único que falta decía mamá porque Pola nació con pelo pero a los tres o cuatro años se le empezó a caer y ya no le creció nunca más. 

 Aquellos días eran hermosos porque papá estaba con nosotras desde que salía el sol hasta que se iba y me acuerdo que apenas llegábamos al parque bajábamos del auto papá abría el baúl y daba a cada una algo liviano que llevar. Esto vos esto vos y esto vos. Después caminábamos detrás de mamá que buscaba una mesa de cemento debajo de algún árbol y cuando la encontraba la señalaba con el dedo y decía esa es y entonces nosotras corríamos hasta allí perseguidas por una nube de mosquitos dejábamos las bolsas sobre los bancos y enseguida nos quitábamos los pantalones cortos y las remeras porque ya teníamos puesta la malla debajo de la ropa. Pero antes de la pileta teníamos que ir a revisación poner los pies en un banquito de madera y separar los dedos uno por uno primero un pie después el otro frente a un par de ojos que buscaban hongos uñas encarnadas y otras asquerosidades. También nos revisaban la boca y debajo de los brazos entonces papá hablaba a solas con quien estuviese allí para contarle de Pola y la cuestión de la peluca porque al final había que soltarse el pelo para ver que no tuviéramos piojos y cuando al fin terminábamos con todo ese lío de la pileta nos colgaban una fichita del bretel de la maya y nos metíamos en el vestuario porque había que hacer pis y ponerse la gorra de baño frente al espejo cuidando que la oreja no quedara doblada por la mitad y que ningún pelo asomara por debajo. Cuando salíamos del vestuario ahí estaba papá con las manos en la cintura. Todo listo mis niñas preguntaba y nosotras decíamos que sí que sí y que sí revoloteábamos como abejas alrededor de papá y de atolondradas nos tropezábamos con las ojotas chaflanchaflanchaflan pasábamos debajo de las duchas que estaban cerca de la pileta y al fin nos metíamos al agua.


Nuria era la única que sabía tirarse de cabeza. Nuria y papá claro. Pola nunca aprendió ya se sabe por qué y yo tampoco pero de miedosa nomás así que nosotras dos nos sentábamos en el borde de la pileta y después nos dejábamos caer. Jugábamos a aguantar la respiración debajo del agua y nos trepábamos a papá como si fuera un árbol papá nos paraba sobre sus hombros y splash nos tiraba otra vez al agua así y vuelta a empezar mientras mamá nos miraba desde afuera de la pileta porque a ella el agua siempre le dio no sé qué y se la pasaba diciendo cuidado Rubén cuidado y nosotras nos reíamos de sus miedos porque sabíamos que con papá nada malo podía pasarnos.

Después del mediodía nos poníamos las ojotas otra vez y chaflanchaflanchaflan hasta donde estaba mamá que nos esperaba con los toallones abiertos para que no tomáramos frío y lo retaba a papá por llevarnos a lo hondo y él decía tranquila Margarita si yo las miro. Cuando íbamos a comer mamá estiraba el mantel a cuadros sobre la mesa de cemento salpicada por el sol que se metía entre los árboles ponía los vasos de acero inoxidable y preparaba los sanguchitos de salame y queso para nosotras y de mortadela para papá luego sacaba de la heladerita las cubeteras la cerveza y la coca grande y nosotras chochas de contentas porque sólo tomábamos coca en los cumpleaños y en las fiestas. Y a la tarde otra vez al agua y el cielo liso sin una sola arruga y el sol allá arriba.

Cuando volvíamos a casa mamá decía una sopita y a la cama y después caíamos rendidas y dormíamos de corrido sin que nada perturbara nuestro sueño porque aunque había que levantarse temprano para ir a la escuela la tarde entera era nuestra y los patines y las muñecas y las canciones de Rafaela Carrá en el comedor y el elástico y yo con todas yo con vos yo con vos yo por arriba yo por abajo y por eso despertábamos felices. Despertábamos felices porque el verano aún no se había ido de nuestras vidas.