domingo, 29 de enero de 2017

El desencanto de tu prosa

        Escribo sobre él porque hoy se cumplen 20 años de su partida y acabo de leer las notas que con afecto lo recordaban en la revista Radar.   Además,  (sobre todo) hace poco tuve el gusto de conocer a Galván y a Rocha, a Stan Laurel y al delegado Ignacio. A otros ya los conocía desde mi adolescencia. Escribo estas líneas cautivada por la ternura que han despertado en mí esos personajes.  No he leído sus numerosos artículos periodísticos publicados durante años en Página 12, solo sus ficciones.  Sin embargo, lo maravilloso de la ficción, que bien puede decirse que es una mentira organizada e ilusoria, es que genera emociones verdaderas.  ¡Cuánto lamenté cuando el otro Soriano descubre a su amigo sentado en un sillón en la penumbra de un rincón de la casa con su gato muerto y aún tibio sobre sus piernas! Nadie puede decirme que ese lamento fue ficcional. O cuando el farsante de Sepúlveda le pega en el rostro a Rocha una y otra vez hasta dejarlo medio muerto en el ring. O la indignación que despertó en mí  la exploción de aplausos en el estadio que ocultaba en sus entrañas el terror de la dictadura. Las emociones que genera la ficción son tan genuinas que abrazo en mi interior a aquellos escritores o escritoras que les echan su luz.
      Osvaldo Soriano, tan despreciado por la academia, ha sido y es un escritor para las grandes mayorías.  No solo por su escritura llana, prolija, sin rebusques gramaticales, sino porque tengo la sospecha de que hay personas que no podrían disfrutar de su lectura, un triunfador por ejemplo, y menos un gorila. Creo o me gusta creer  que los lectores de Soriano somos trabajadores, personas que fácilmente nos identificamos con el tipo que tiene solo un bolso sobre su hombro y una via desierta por delante. Esos son los personajes de Soriano, perdedores, derrotados antes de comenzar, pero que son salvados por la nobleza de sus acciones, por sus amistades genuinas, por la dignidad de no venderse, no son mezquinos, son seres enormes vestidos con harapos como el Mingo de Cuarteles de Invierno. Sus personajes eligen el olvido con la frente alta, eligen perder mordiéndose el labio inferior y apretando los puños antes que renunciar a una idea que consideran genuina.
- ¡Tiren hijos de puta! ¡Tiren! ¡La vida por Perón!
       Gracias por ese bello desencanto Soriano.
 

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