Encontré este texto que escribí cuando apenas nos habíamos mudado. Los cambios fueron muchos desde entonces y no fue fácil adaptarse. Salir del conurbano bonaerense para meterse en un pueblo de poco más que 500 habitantes, es sin duda un cambio radical y aunque disfruto de los paisajes que fui haciendo míos con el tiempo, extraño a mis amigos/as; a veces pienso que no tendría que haberme alejado tanto... Tal vez sean estos tiempos que me toca vivir con esas ausencias que me arrojaron al desamparo porque hay noches de tanta soledad, que pienso que el mejor lugar del mundo es aquel donde viven los que uno ama.
"Imagínense un lugar con sólo 500 personas cuando una cuadra de la
ciudad de Buenos Aires puede contener tranquilamente esa cantidad de
habitantes. Doyle no tiene magia, ni tiene mística, ni secretos, ni
estrellas más grandes ni más brillosas, somos nosotros quienes podemos
verlas aquí en todo su esplendor, no tiene aire más puro que en otra
parte es sólo que son pocos los autos que transitan sus calles y hay
árboles en todos lados. Quiero decir con esto que no es un nuevo lugar,
nosotros somos nuevos aquí y es cierto que para realizar un cambio
exterior primero hay que hacerlo interiormente. Nos marchamos de la
ciudad antes de llegar aquí, pero también es cierto que los lugares
poseen su propio ritmo, sus personajes, sus alimentos, su siesta, sus
distancias y crean a su vez, sus propias costumbres. Sarmiento asegura
en su "Facundo" que el pueblo argentino es poeta por naturaleza a causa
de su paisaje: la pampa.
Para aquellos que hayan vivido una tormenta en Doyle (la última
fue el viernes primero) les transcribo unas líneas del libro citado y
verán qué cerca se encuentra de nuestra vivencia:
"El pueblo argentino es poeta por carácter, por naturaleza. ¿Ni cómo ha
de dejar de serlo, cuando en medio de una tarde serena y apacible, una
nube torva y negra se levanta sin saber de dónde, se extiende sobre el
cielo, mientras se cruzan dos palabras, y de repente, el estampido del
trueno anuncia la tormenta que deja frío al viajero, y reteniendo el
aliento, por temor de atraerse un rayo de dos mil que caen en torno
suyo? La obscuridad se sucede después a la luz: la muerte está por odas
partes; un poder terrible, incontrastable, le ha hecho, en un momento,
reconcentrarse en sí mismo, y sentir su nada en medio de aquella
naturaleza irritada; sentir a Dios, por decirlo de una vez, en la
aterrante magnificencia de sus obras?"
Ese sentimiento olvidado que provoca en nosotros el ver la tierra
extensa iluminada por la fuerza de un rayo es el que de a poco vamos
recuperando en este lugar, un lugar donde las personas se muestran
amigables y en el cual todas tienen nombre y apellido. De repente todos en
el pueblo saben tu profesión, tu parentesco y tus decisiones diarias.
Al principio resulta invasivo porque traemos a
cuestas la desconfianza que se gesta en las grandes ciudades, pero con el
paso de los días uno comprende que es simple curiosidad espontánea que cuestiona a fondo como lo
hacen los niños y entonces entendemos que para ser parte de una
comunidad hay que ceder parte de uno mismo y aunque uno sigue
conservando para sí la intimidad de sus días, es cierto que parte de
nuestra vida pasa a ser pública, abierta a la comunidad y eso no está
mal. Después de todo, el anonimato que imponen las grandes ciudades nos
deja más solos y abandonados que en un lugar con 500 personas."
Fuente citada: Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas, Domingo F. Sarmiento, CEAL, 1979, pág. 41
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