Un lugar inhóspito en la red que quiere recuperar la ternura que siente el corazón al acariciar algo que duerme.
sábado, 2 de junio de 2012
El tapón
miércoles, 28 de diciembre de 2011
El dolor expuesto de nuestra América Latina

Es llamativo que nuestra querida América Latina siga exponiendo su dolor de la manera más terrible, más cruda y más fulminante. Nuestros líderes, aquellos que tanto esperábamos muchos de nosotros, y no por ser perfectos ni intachables, sino por tener una mirada americana sobre cada decisión política y social a tomar, están condensando el dolor nuestra América en sus propios cuerpos. No es mala racha, ni brujería, ni mal de ojo; es que ellos se hicieron cargo del dolor de su pueblo, de su sufrimiento, de su postergaciónen en la historia por años y años, de su marginalidad; y bien sabido está que el héroe debe sacrficarse y en ocasiones también debe morir. Lo sabemos aquellos que amamos la literatura, pero también lo saben ellos, los verdaderos protagonistas de la historia real que lograron que América Latina se mirara a sí misma, descubriera sus valores, sus costumbres, su capacidad para crear, lograron que América Latina se animara a decir "no" y la pusieron de pie frente a un mundo que se desmorona.
Todos ellos nos están dando la vida, están dejando sus vidas por una causa americana y aquí no hay metáforas, es así, es crudo, es real.
¿Casualidad, causalidad? Algo debemos leer nosotros de esta realidad que nos toca vivir, leer en el mejor sentido, en el único: interpretar, otorgar significado al mundo que nos rodea.
Ojalá, algun día, estas venas abiertas de América Latina sean sanadas definitivamente. Es un lindo deseo para el año que comienza.
jueves, 15 de diciembre de 2011
La gata

Sidonie Gabrielle Colette (1873 - 1954) fue una novelista francesa cuyos textos adquirieron prestigio bajo la firma de su marido Jaques Henry Guthier -Villars. Ella escribía y él publicaba. Cansada de sentirse burlada, Colette poco a poco va cobrando mayor independencia en su vida y este hecho se refleja en su escritura, sobre todo en los personajes femeninos desenfrenados que gritan a los cuatro vientos sus derechos, que luchan con pasión incansable, que se revelan frente al orden establecido.
El texto que a continuación les presento se titula La gata. Es una novela corta que cuenta la vida de una joven pareja recién casada y los problemas que surgen en ella a partir de la relación que Alain mantiene con Saha, la gata, su gata. La historia pronto se convierte en un triángulo amoroso, donde lo animal, lo salvaje y lo monstruoso cobran cada vez mayor protgonismo hasta convertir un celo inocente en un hecho con rosa lo siniestro.
Los gatos poseen una enorme carga cultural que les atribuye la capacidad de ver cosas y seres que para los seres humanos quedan vedados, traen mala suerte y se los asocia con extraños maleficios y poderes ocultos; lo cierto es que en esta obra la maldad pararece ser un sustantivo abstracto que no pertenece exclusivamente al reino animal sino que cualquier ser carcomido internamente por celos irrefrenables, es capaz de cometer actos salvajes y monstruosos.
miércoles, 26 de octubre de 2011
Haciendo historia

De todos los artículos periodísticos que leí en estos días, me quedo con el de Feinmann, el bueno, ese gordo lindo que siempre encuentra una manera tan nuestra de contar lo que nos pasa. Quiero compartir esas palabras con ustedes para que fijarlas en el tiempo, para recordar cada vez que las lea la enorme satisfacción de compartir un proyecto de país con quien lo lleva adelante.
La Selección Nacional le dice Presidenta
Sé que muchos lo notaron. Que muchos lo saben. Pero no se atreven a confesárselo. Las hipótesis arriesgadas duelen. Les duelen a los militantes de puro corazón porque se enamoran de sus líderes. Les duelen a los intelectuales porque tienen miedo de decirlas y ser rechazados. O estar lejos de la verdad. Les duelen a los tibios porque no quieren arriesgarse. Pero hay que decirlas. Sobre todo si uno cree en ellas. Mi certeza es ésta: Cristina Fernández de Kirchner, el día de la muerte de su compañero, cuando llegó a la Casa Rosada, pálida, con anteojos negros, cuando se puso presidiendo el acto de la despedida final, ahí, al frente del cajón, cuando apenas, muy levemente, elevó su mandíbula y buscó con su mirada la mirada de la gente, y la encontró, encontró mucha gente y muchas miradas que la miraban con fe, con esperanza, con devoción, pudo elegir dos caminos. Todos sabemos que lo que define al ser humano es su posibilidad. Que no es una piedra, una raíz, un ladrillo, una montaña. Que no es realidad, es posibilidad. Y ésa es la fuente de su grandeza y también la de su angustia. La de vivir eligiendo. Jugándose entre una posibilidad y la otra. Y en cada una que elige se elige a sí misma. Somos, entonces, la suma de todas las posibilidades que hemos asumido en el pasado. Pero en el presente somos una posibilidad que tenemos que elegir y aún no hemos elegido. Eso nos diferencia de las cosas. Las cosas son, para siempre, lo que son. Los seres humanos nunca son algo, definitivamente algo. Cuando lo son se han cosificado. Cristina Fernández, esa tarde, frente al ataúd de su compañero se abrazó a su posibilidad: voy a ser como a él le hubiera gustado que fuera, voy a ser como el país me necesita. Voy a ser como yo quiero y necesito ser si quiero seguir viva. Esta posibilidad eligió. La hizo suya. Ahí nació Cristina. Tolerando su dolor, pero no ocultándolo. Diciéndoles a todos: no confundan mi dolor con debilidad. Tuvo que ser más que nunca la Presidenta del país. Porque tuvo que serlo sola. Sin su compañero. Pudo haber elegido otra posibilidad. La de quebrarse. La de ser la mujer débil, exhibirse como tal y renunciar a los pocos meses. La frase habría sido: “No puedo tolerar su pérdida. El dolor me impide gobernar”. No, la frase fue la contraria: “No puedo tolerar su pérdida. Pero el dolor no me impide gobernar. Voy a seguir adelante. Sin él. Con él, espiritualmente, a mi lado. Pero a no engañarse: sola. Ya no lo tendré en mi lado. El único que me tocaba ya no me tocará más. Algo se desgarró en mí. Pero una fuerza nueva. Que yo, una mujer fuerte, desconocía. La de ser fuerte sin amor, la de ser fuerte en soledad, la de ser fuerte sin un hombre como Néstor a mi lado. Esto fue nuevo. Tuve que aprenderlo y lo aprendí. Durante ese aprendizaje fui creciendo. Me superé a mí misma. Fui más allá de lo que jamás había pensado ir. Hasta que descubrí algo inesperado, súbito (porque se apoderó de mí como una revelación cuasi sacra): seguía amando a Néstor, sufriendo por su ausencia, llorándola, pero yo era yo, caminaba sola, decidía, ordenaba, pensaba, tomaba entre mis manos (cada vez más férreas, más sólidas y seguras) la conducción de todo el aparato peronista, cada vez me sentía más querida, cada vez era capaz de dar más amor, de ser más tierna, más dulce. El día de tu velatorio muchos me abrazaron pero a muchos más abracé yo. Se acabó el mito de mi frialdad. Que para vos nunca existió, porque me conocías bien y conocías ese ardor que despertabas. Pero que empezó a existir para los otros. ¡A cuántos estreché entre mis brazos ese día! Y descubrí algo: me gustó más todavía que ellos me abrazaran. Sí, existe el calor y existe el amor del pueblo. Y seguí. Y a veces sentí que estar tan fuerte, tan suelta, que hablar tan segura y hasta alegre sin que vos estuvieras conmigo era como agraviarte. Pero no. Era un homenaje que te hacía. Aquí estoy, Néstor. Hago todo esto porque quiero mantener vivo tu recuerdo y si –por una de ésas– me ves te sientas orgullosa de mí.”
Se podrán decir muchas cosas. Pero la heroína de este triunfo electoral contundente es –ante todo– Cristina Fernández. A partir de la muerte de Néstor hizo una nueva y espectacular re-creación de sí misma. No le faltó fuerza para frenar a la CGT, fue una estadista brillante en el campo internacional, siguió su enfrentamiento con los medios que la agreden, que la insultan, condujo internamente todas sus fuerzas partidarias, le habló claramente a todo el país siempre que hizo falta, promulgó medidas sociales importantísimas, pronunció discursos impecables: con perfecta dicción, con voz clara, sin leer ni siquiera un miserable machete, demostró una inteligencia infinitamente superior a sus tristes rivales, y, para colmo, cada día se la vio más linda. (Créame, Presidenta: el país, a usted, la ama.) Un fenómeno que se refleja ahora –coherentemente– en las cifras electorales. ¿Fue por la muerte de Néstor? Miren, no hay futbolero que no lo sepa: equipo que se queda con diez jugadores gana el partido. Claro que a mí me gustaría que Néstor estuviera en la cancha. Pero la Huesuda, que decide quién sigue jugando y quién no, quién se queda en la cancha y quién se va a la ducha, a Néstor le mostró la roja. Qué vamos a hacer. Pero a partir de ahí, el equipo –con Cristina al frente, que se puso en seguida la cinta de capitana– remontó fenomenalmente y tuvo a los rivales en un arco hasta ganar por goleada. Ahora, lo que sigue. Y lo que sigue es tan arduo. Hay tantos intereses de tantos miserables por tocar que si no se sigue ganando por goleada, difícil. Pero que nadie se alarme: en el equipo nacional hay de todo. Delanteros, defensores, wines habilidosos, arqueros con reflejos electrizantes capaces de volar hasta la luna. Y un DT que se las sabe todas. Asómbrese: es mujer. Y los de la Selección la respetan tanto que le dicen Presidenta.
miércoles, 17 de agosto de 2011
El odio negro

Si hay algo que me entristece, es cuando escucho a chicos de 14 o 15 años repetir los discursos xenófogos y antisolidarios de muchos adultos, cuando veo en ellos la imposibilidad de colocarse en el lugar del otro, la idignación visceral que les despierta el hecho de que otros que no tienen empleo cobren $220 por hijo. "Tienen hijos a propósito para cobrar la asignación", dicen con seguridad como si hubieran podido comprobar este hecho. "No trabajan porque no quieren". "Piden que les den y nada más, son negros, negros de cabeza." Hacen la aclaración sobre el color pensando que eso los salva de ser discriminatorios, cuando en realidad, sus propias palabras los delatan y los ubican en ese grupo de personas que es incapaz de ver al otro. Todos dan el ejemplo del tipo que cayó en la droga, sale a robar, mata y se refugia en la villa. Nadie piensa en aquellos que son marcados sólo por ser pobres, nadie piensa en el tipo que por distintas circunstancias hoy vive en un barrio carenciado y nadie le da trabajo justamente por vivir allí, nadie piensa en la profunda humillación del tipo que revuelve la basura por primera vez, ni en aquellos que son tratados como tal por no vivir sobre una calle asfaltada y con servicios. Nadie piensa en el niño que limpia vidrios, que duerme en la plazas o debajo de los puentes. Sólo ven a estas personas como una amenaza, como potenciales delincuantes, sólo ven que les pueden robar algo que ellos dignamente consiguieron. Nunca se enojan con el empresario que evade impuestos, ni con el patrón que no da empleo formal a sus empleados, ni mencionan los crímenes oscuros que se dan en los country cuando los asesinos están en la misma familia. Ni se los menciona. "Es distinto" dicen, pero no pueden explicar la diferencia, porque hacerlo, sería reconocer que sólo temen al pobre, al que está por debajo de su clase social.
El Estado debe garantizar que todos tengamos las mismas posibilidades; no es tan difícil de entender, sólo hay que ser capaz de conmovoerse un poco, un poquito, con el dolor del otro; desarrollar nuestra sensibilidad social y defender a aquellos que están en una situación vulnerable, una situación que no eligieron y que nadie, nadie, elegiría para su propia vida.
lunes, 11 de julio de 2011
Lo esencial es invisible a los ojos

viernes, 17 de junio de 2011
Negro de mi corazón

Vino a vivir con nosotros en tiempos invernales de inmensa oscuridad, y la suya, era tan profunda y tan honda que lo nombramos Poe en honor al gran escritor, pero luego, con el tiempo, otra palabra fue asomándose en nuestros labios. Fue así como de repente, pasó a llamarse Negro. Negrito era aún más cercano y a veces nos reíamos asociando su color con todos los males de este mundo, sin embargo, lo cierto es que el Negrito llenó de luz aquel tiempo lúgubre.
Dormíamos hasta que el sol comenzaba a despuntar y las rosadas cortinas del cuarto dejaban asomar los primeros rayos de luz. Luego, cuando el sol ya estaba en lo alto, el Negro salía resuelto a trepar nuevos árboles y ya no lo veíamos por un tiempo. Como si temiera que se rompiera algún extraño hechizo, regresaba a nuestra casa cuando la luna le iba ganando terreno al sol.
Al caer la noche, el cascabel que colgaba de su cuello anunciaba su presencia por donde quiera que fuera y era común escucharlo primero y verlo después. El sonido de su cascabel lo había salvado de numerosos pisotones en los cumpleaños, no obstante, si permanecía quieto en medio de un oscuro pasillo durante un tiempo, lo más probable era que recibiera una patada involuntaria o un buen pisotón. A pesar de las disculpas que nosotros le ofrecíamos entonces, el enojo le duraba un buen rato, hasta que llegaba a la conclusión de que era más el amor que recibía que los pisotones, así que se lo veía regresar alegremente con su brillo azabache a cuestas y haciendo sonar el cascabel en todo el barrio.
Nos recostábamos en la cama y él se acomodaba sobre nuestro pecho sin dar demasiadas vueltas. Respiraba hondo una y otra vez, y luego dormitaba abriendo y cerrando los ojos cada vez más despacio, hasta que caía en un sueño profundo. Solíamos dormitar con él, aunque nunca llegábamos a dormirnos completamente porque nos gustaba disfrutar de esos instantes de mágica serenidad en que ambos inspirábamos y exhalábamos a la par, y sentíamos el trágico presente escabulléndose en cada respiración. Era inmensa la sensación de ternura que surgía en nosotros en esos momentos. Creo que por eso lo amábamos tanto, por lo que nosotros éramos cuando él se acurrucaba sobre nuestro pecho como si fuera el lugar más seguro sobre la tierra y como si allí, tibiamente, cuidara nuestros sueños.
Los días de lluvia, el Negro se sentaba bien erguido detrás del vidrio de la habitación formando un círculo con su cola dibujando alrededor de sí un nido protector. Observaba el jardín con mirada de poeta, una mirada quieta pero creativa. Oteaba el horizonte del fondo, allá, detrás del limonero real. Se imaginaba haciendo malabares en la parra salpicada de gotas vidriosas, corriendo junto a otros como él, asustando a los zorzales o saltando nuevos charcos en los tejados aún no transitados.
Un día desapareció y fue tanto nuestro dolor que no podíamos pensar en otra cosa. Los silencios se hicieron más largos al igual que las horas y ninguno de los dos lo nombraba para no transformar aquella ausencia en puñal. Ni siquiera nos mirábamos en esos días, porque sabíamos que en los ojos del otro encontraríamos al Negro pidiendo auxilio.
Al principio creíamos que volvería de un momento a otro, pero los días pasaron arrastrando las noches más oscuras de las que tengamos memoria. Fue tanto nuestro dolor que inundamos la casa con nuestras lágrimas y se dibujó una línea húmeda en las paredes y en los muebles. Caminábamos de un lado a otro en el comedor de nuestra casa y luego salíamos al jardín a gritar su nombre a los cuatro vientos con la esperanza de oír algún cascabel que nos diera la señal de su regreso. Recorrimos el barrio, hablamos con los vecinos y pegamos carteles pero todo hacía suponer que tendríamos que acostumbrarnos a la total oscuridad. No podíamos entender que el mundo no se detuviera, porque había desaparecido la prueba de que aún existía en él algo que nos inspiraba ternura.
Por las noches subíamos a la terraza; el ancho cielo se llenaba de estrellas sin sonajeros, y veíamos a otros vagabundos durmiendo sobre los tejados; nunca a él. Los días de lluvia, nos sentábamos a ver como el agua iba poco a poco humedeciendo el paisaje y rezábamos pequeñas plegarias pidiendo por su regreso.
Y regresó. Esa mañana organizamos una fiesta sólo para nosotros, compramos toneladas de queso fresco y cientos de rollos de hilo sisal. Desparramamos cajas de cartón agujereadas y cintas de colores colgaban de los muebles. Lo abrazamos tanto ese día que nos turnábamos para tenerlo en nuestros brazos un rato cada uno. Le preguntamos sin cesar dónde había estado y también le mostramos nuestra pena sellada en los muebles y en las paredes, para que viera hasta donde había llegado nuestro dolor.
Nunca supimos qué le había ocurrido en esos días de ausencia, lo que sí sabemos es lo que nos pasó a nosotros. Por eso, aunque intenten asociarlo a la mala suerte y a las brujerías, nosotros estamos convencidos de que el Negro, el Negrito, es el color que contiene, definitivamente, a todos los demás.
17/06/11