sábado, 18 de octubre de 2008

La ausencia de Jorge



Cuando una gran distancia temporal media entre las personas y un encuentro sorpresivo nos asalta en el transcurso de los días, uno cree que volverá a encontrarse con los mismos sujetos que vimos la última vez, pero lo cierto es que esas personas de años atrás, tal y cual las imaginábamos, ya no existen, se transformaron, se enamoraron o no, tuvieron hijos o no, perdieron a familiares cercanos o no, escribieron algún poema o no, pudieron concluir una carrera o no, etc. etc. etc. Sin embargo, cuando se da el encuentro, uno busca sentarse al lado de las mismas personas que había elegido en los años de pollera por encima de la rodilla, como si nada hubiera cambiado, buscando recuperar espacios lejanos y teniendo la ingenua esperanza de que el tiempo se haya detenido o de que, por lo menos, no haya pasado tan vertiginosamente; y entonces comenzamos a hablar de nuestras vidas generalmente mostrando los éxitos para no arruinar el momento con las miserias cotidianas, y conversamos de títulos alcanzados, de casamientos, de la llegada de los hijos y la mascota hogareña, de cargos jerárquicos obtenidos, etc, etc, etc. Recordamos anécdotas divertidas con la añoranza en los ojos de los que ya hemos crecido, nombramos a los que no acudieron al encuentro para saber algo de sus vidas, evitamos decir Martín, establecemos comparaciones secretas de acuerdo a lo visible del otro, brindamos cruzando risas y cigarrillos, observamos jugar a los niños recién llegados, y en medio de tanto bullicio decimos algún chiste filoso como para recordar que el mundo real sigue ahí afuera mientras las horas transcurren al final de un largo pasillo fuera del tiempo.

Se necesitó más cerveza para prolongar la noche estrellada de aquel ambiente adorable, y cuando ya teníamos los vasos llenos nuevamente, alguien no regresó para dar el último brindis y entonces empezó a sonar la alarma de los treinta y pico, y la ausencia repentina de Jorge tiñó la madrugada de incógnita. Dieciséis años es mucho tiempo como para poder realizar una hipótesis certera sobre los motivos que lo llevaron a no regresar, tal vez no éramos lo que esperaba o quién sabe… Lo cierto, es que su ausencia sin el saludo que cerrara la noche, dejó en los labios el grito absurdo de ¡Eh ¡¡Que no se corte!

Nuestras miserias quedaron debajo de la alfombra de quien nos abrió la puerta de su casa como si fuera su corazón adolescente, allí estuvimos hasta que las madres comenzaron a preocuparse por el dormir de sus hijos y a todos nos pesaban los párpados por el cansancio de una larga semana laboral. Regresamos a nuestros hogares (alquilados, prestados, hipotecados, comprados u okupados) con esa sensación de haber viajado en el tiempo, e internamente, comenzó a latir en nuestro interior una canción poco imaginativa pero que gritábamos y repetíamos una y otra vez cuando la vida era eso que les pasaba a los otros cuando nosotros sólo reíamos:



quinto “B”, quinto “B,

que le vamos a hacer,

quiere ser como el “A”

pero no podes





1 comentario:

alius58 dijo...

Cuando veo estas postales, los silencios me transportan a aquella niña soñadora que cruzo mis historias. Gracias por el hombre de la Panza. Ale