martes, 16 de septiembre de 2008

La ficción al desnudo




El gran pez
de Tim Burton



Si existe una película que revele el arte de contar historias que caracteriza la producción de Tim Burton, ésta es sin duda El gran pez. Para los seguidores de este director no es novedad el hecho de que sus películas posean un estilo propio marcado por la elección de los colores para sus escenarios, sus personajes extremos y los actores seleccionados, pero El gran pez se distingue de sus otras producciones por desnudar íntegramente el artificio de la ficción, revelándonos que toda realidad es sólo construcción verbal: no existe un mundo si no es contado por otro; el mundo debe ser nombrado para que exista.

La realidad es presentada a los demás a través de nuestras propias palabras y las primeras que llegaron a nosotros fueron la de nuestros padres, o la de aquellos que, eligiéndolo o no, ocuparon ese lugar. En el comienzo el mundo nos fue contado por un padre... esa es la magia que da vida al El gran pez para contarnos, más allá de todo adorno, la relación de un padre a punto de morir con su hijo a punto de convertirse en padre.
Con personajes desopilantes y multifacéticos, Burton nos introduce como por arte de magia en una manera de narrar que determina ineludiblemente aquello que se cuenta.

Ficción y realidad se conjugan en el origen de la relación que establecen el padre y el hijo enmarcada en relatos fantásticos y maravillosos que parecen no haberse agotado al llegar la adultez, y es allí justamente, en ese lugar sin límites e inventado por otro, en el cual quiesiéramos quedarnos por siempre rodeados por brujas de inmensa ternura, por gigantes apacibles y sin zapatos, descalzos, sobre todo, descalzos.

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