lunes, 15 de septiembre de 2008

Un Dios que juega a las escondidas



Sivaivni


Philip K. Dick



por Emilce Acuña


A diferencia del relato fantástico que propone una salida ambigua a la interpretación donde es el lector quien debe optar por la razón o la sin – razón, las historias de ciencia ficción se sostienen en los avances reveladores de la tecnología y la física atómica, que permitieron a través de los años desplegar la imaginación hacia lugares a donde aún el hombre no ha llegado. La posibilidad de vida en otros planetas, la dimensión espacio temporal, la experimentación científica y los fenómenos astrológicos, son algunas de las vertientes principales de las que se nutre el género; sin embargo existen autores que lo van consolidando no sólo a partir de lo ya conocido hasta entonces sino sumando un plus relacionado intrínsecamente con quien escribe y con su propia posibilidad narrativa de combinar y dar forma nueva a lo ya enunciado y, sobre todo, a lo que aún no existe.

Este es el caso de Phipil Dick, un autor que no sólo une realidad y ficción sino que la riqueza de su narración radica fundamentalmente en la combinación múltiple de fenómenos irracionales que van adquiriendo verosimilitud en el relato a medida que puede hallarse coherencia dentro del propio mundo ficcional creado por el autor. Principalmente, Dick pone en duda nuestra realidad, cuestiona racionalmente todas las leyes que rigen nuestro mundo, para que lo irracional, paradógicamente, asalte al lector como única explicación racional.

Sivainvi (Sistema de Vasta Inteligencia Viva) escrita en 1978, es parte de una trilogía que junto con La divina invasión y La transfiguración de Timothy Archer, conforman aquello que los mismos títulos van esbozando acertadamente. En la cosmología creada por Dick existe un Dios que, aunque se escribe con mayúscula, puede manifestarse en los estratos de la basura, un Dios que juega a las escondidas con los hombres, que es el mismo para todas las religiones existentes y que subyace en cada ser humano, porque Dios es en definitiva el hombre mismo.

Lo único que nos salva en el relato de Dick es comenzar a creer en él sin simulaciones, sin jugar al como si, sin pacto ficcional de por medio, sino encontrando una nueva fe unida a una serie de palabras que nos rescatan de este mundo que tan bien hemos ordenado y nos aproxima a otro, lejano. Leer a Philip Dick es dar un manotazo a esa otra posibilidad de realidad que pocos se atreven a pensar, sólo aquellos que eligen la duda de todo lo que existe y rondan la periferia de doctrinas y filosofías.



1 comentario:

Aioria90 Germán Cappio dijo...

es muy largo el libro? Saludos, Aioria.